jueves, 22 de mayo de 2014

Quien quiera oír, que oiga

Quien quiera oír, que oiga

El detrás de escena del periodismo, una nota y la intolerancia de los “símbolos”

Cuando el genial periodista Andrés Ballesteros me escribió el primer correo electrónico con información del edificio donde vive, actualmente, Víctor Hugo Morales, dudé en profundizar la incipiente investigación. Pensé, ¿me gustaría que un colega publicase la historia del edificio donde vivo? Rápidamente me respondí: ¿Qué haría si tuviese de vecinos a una vedette, al valijero más extravagante y misterioso del país, un terrible genocida ya fallecido y unas cuantas sociedades anónimas de dudosa procedencia? ¡Lo contaría! ¡Porque soy periodista! El que calla, otorga. Una nota periodística no necesariamente es una denuncia. El periodismo, cuenta, relata, explica, informa o, lamentablemente, en muchas ocasiones, también desinforma e incluso “opera” para tal o cual interés.

El disparador de la nota lo dio el propio Víctor Hugo Morales cuando colocó su desdicha por sobre la de su colega Nelson Castro y no quiso aceptar su solidaridad. El kirchnerismo, como forma de ejercer la política, se presenta desde una superioridad moral que no es tal. Ellos son los mejores, los impolutos, los intocables, los sagrados. Los símbolos no se cuestionan. Es lo que ha hecho con personajes actuales como Hebe de Bonafini, Susana Trimarco, León Gieco e incluso, Diego Armando Maradona. En ese camino han idealizado a símbolos del pasado como Carlos Mujica, la gloriosa juventud montonera, los setenta y, más recientemente, al Papa Francisco. El gobierno ha sido astuto en convertir a Víctor Hugo en un símbolo de resistencia a los monopolios comunicaciones que, existen, pero no de la forma en que los pinta el gobierno. Nadie es inocente en esta historia. Morales, un profesional excelso con un carisma y una inteligencia sin igual –justo es reconocerlo- supo abrazarse a ese poder del que “la riqueza del matrimonio presidencial” era “insultante” por su rencor, seguramente justo, con el Grupo Clarín. La confusión de los “moralitos” es creer que el mundo es binario: que no todos los kirchneristas son “buenos” y no todos los críticos son de derecha y golpistas.

Como periodista, sin relación de dependencia, libre de escribir y decir lo que quiera –siempre que tenga la dicha de que alguien se digne de publicar mis notas- me pareció obvio que el gancho de la nota era un título en el que apareciese mencionado el hombre en cuestión. Víctor Hugo no es el centro de la nota pero sí la puerta de entrada a una investigación rigurosa sobre el pasado oculto y oscuro de un edificio que nació con fondos recaudados, vaya a saber cómo, de Emilio Massera y la aparición de Armando Gostanián. Por allí pasó de todo en los últimos 30 años de nuestra historia. ¿Qué diría Tiempo Argentino o 678 si Jorge Lanata fuese vecino de un dictador, un estafador y un ex funcionario menemista? ¿Alguien puede ser tan estúpido de ofenderse por la foto y el título pero obviar el contenido de una nota? Ese es el eje que, inteligentemente, el vocero de Morales corrió. Sin argumentos ni respuestas posibles, es fácil argüir que se trataría de otro ataque más de “una campaña de desprestigio” contra un hombre “honesto” y que hizo la plata trabajando. Nadie discute las virtudes del profesional nacido en el querido Uruguay. Pero ¿acaso Morales hubiese tenido media docena de contratos laborales si hubiese continuado siendo crítico del gobierno nacional? ¿Lo habrían llamado del naciente DeporTV, Radio Nacional o habría brindado las decenas de charlas que ofrece por el país para disertar sobre las “virtudes” de la ley de medios, por ejemplo? Morales es la voz oficial del programa insignia del gobierno, 678, sin tener la necesidad de aparecer, físicamente, allí. Pero estas diferencias “ideológicas” o de postura ante la vida y la profesión, no influyen en la nota en cuestión. Si tuviese la información de que Lanata es vecino de semejantes personajes, seguramente, también escribiría una nota similar. Dudo que el creador de Página 12 se callara la boca tanto tiempo. Imagino que lo que le molesta al “símbolo” y sus cortesanos es mostrar el nivel de vida de un “revolucionario”. Por otra parte, incluir a una nota de un joven periodista que ama esta profesión con locura, dentro de la supuesta campaña en su contra de Magnetto y compañía, es funcional a la promoción de su nuevo y “objetivo” libro: “Audiencia con el Diablo”.

En los tiempos actuales, todo el mundo puede saber dónde vive todos nosotros. Es sencillo averiguarlo. De hecho, luego de la publicación de mi anterior libro, El negocio de los derechos humanos, un referente de una agrupación kirchnerista de renombre, publicó mi correo, teléfono personal y otros datos en redes sociales, facebook y demás. La dirección de Víctor Hugo ya era pública tras el móvil de TN. No era ninguna sorpresa para el lector. En tiempos en que las aguas están tan divididas, mérito principalmente del gobierno actual, es durísimo subsistir en el periodismo. “El negocio es ser K” me confesó un amigo, militante de La Cámpora, con el que nos dejamos de hablar hace algunos años. Tenía razón. Tienen el reconocimiento simbólico del poder político, el dinero, las oportunidades, las pautas publicitarias, infinidad de medios para expresarse y encima se victimizan. Los nuevos periodistas, surgidos en la “década ganada” de renombre son, en su inmensa mayoría, afines al gobierno. Pocos lugares ofrecen libertad para publicar sobre tal o cual tema. Perfil.com es la excepción. Eso sí, pagan poco, mal o nada. La nota que escribimos con Ballesteros tuvo 120 mil visitas en 3 días, casi 2 puntos de rating, lo que promedia “Bajada de Línea” en Canal 9. Morales tiene tiempo, espacio y amigos para contar “su historia”. Otros, tan sólo un blog. ¿Ese es el pluralismo del que tanto se ufana el gobierno y el relator del relato?


Por Luis Gasulla
@luisgasulla

2 comentarios:

  1. Lo dejaste chatito. Bien Luis. No se puede creer lo de VHM

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  2. Escribís muy bien Luis. Y si, algo de contradictorio tiene el tema de la solicitud por los pobres de los más ricos, que además ejercieron un cuasi monopolio de las transmisiones deportivas de radio.

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