miércoles, 26 de febrero de 2014

La trama oculta detrás de la multitudinaria toma en Lugano

Armas, drogas, pobreza, falsas promesas, inacción de los gobiernos y la política del “todo pasa”.
En la guía Filcar no figura la villa 20 ubicada frente a la parte sur del gigante Parque Indoamericano en el que murieron tres personas en diciembre del 2010. A 800 metros de allí, aparece un inmenso predio abandonado que se extiende desde Escalada hasta la calle Pola y que da a la Avenida General Fernández de la Cruz, frente al Premetro y a unos monoblocks construidos por el gobierno de la ciudad hace cinco años. Detrás del predio se levanta la villa 20 donde la Fundación Madres de Plaza de Mayo prometió construir viviendas sociales pero que no levantó ni un ladrillo. A metros de allí, un inmenso depósito de autos de la policía federal contamina el barrio, situación denunciada por los referentes locales desde hace una década. Muchos de sus vecinos tomaron el Indoamericano, en diciembre del 2010. Anoche volvieron a hacer lo mismo. 
Víctor Hugo Núñez, presidente de villa 20, informó a las autoridades pertinentes que la situación social era caótica y que el malestar por la falta de viviendas iba en aumento. Un alquiler para una familia tipo cuesta, dentro de la villa, entre 1500 y 2000 pesos. El barrio cuenta con una parte semiurbanizada en la que Víctor Sahonero –a cargo de varias cooperativas como La Solidaridad y 25 de marzo- es uno de sus “gestores” y otra, la villa en sí, en que el ex boxeador, Marcelo Chancalay, se maneja como capo di tutti. Ambos responden a los oficialismos de turno. Chancalay siempre dice presente. Esta tarde no fue la excepción. Vino a ofrecer sus “servicios” para resolver el conflicto a su manera. Nadie le dio lo que pedía por el trabajo y regresó a su casa. El ex boxeador también fue parte de la toma del Indoamericano, estuvo cerca de la Fundación Madres de Plaza de Mayo y se enfrentó con ex diputados de la ciudad como Facundo Di Filippo cuando denunciaron sus manejos espurios, cara a cara. Según algunos vecinos, Sahonero habría colocado a “su gente” para copar la toma.
La toma se gestó, como en el Indoamericano, “espontáneamente” por un grupo de familias que decidieron lotear el baldío abandonado. La Gendarmería estaba presente pero no recibió orden alguna de evitarla. El fiscal de la ciudad, Carlos Rolero, no ofreció soluciones concretas. A la madrugada, Osvaldo Soto, habitante de la villa 20, se acercó a un grupo de personas que habían prendido un fuego para calentar la noche. Quiso explicarles que el humo estaba molestándolo. Recibió dos disparos mortales en el abdómen. Su sobrino fue testigo directo del asesinato por un hombre, posiblemente de origen paraguayo que estaría drogado, y dio un testimonio desgarrador ante los canales de televisión. La causa quedó a cargo de la fiscal Felisa Krasucki. Por ahora, no hay detenidos, a pesar de que varios vecinos advirtieron que el grupo de personas que acompañaban al asesino, permanecían en la toma. El asesino de Soto, huyó, esa misma noche. 
A media tarde, Cintia, adolescente con tres hijos que vive en un departamento de dos ambientes en los monoblocks ubicados frente al predio en cuestión, dijo que “en el fondo de la toma, los pibes están re locos y acuchillaron a una mujer”. Hasta ahora, se comprobó que existieron peleas por la distribución de las tierras pero que no hubo otra víctima fatal.
Los ocupantes entrevistados aseguraron que, por la noche, puede pasar “cualquier cosa” y que están dispuestos a resistir como sea. Matías fue uno de los vecinos de villa 20 que decidió sumarse a la toma durante la madrugada: “Es cierto que muchos tenemos casas pero nosotros somos diez y ya estamos podridos de promesas, no podemos seguir pagando un alquiler”. El joven, padre de dos niños, escuchó las advertencias del secretario de Seguridad de la Nación quien se presentó en el lugar tras discutir, públicamente, con el fiscal: “O se van por las buenas o por las malas”. Berni se terminó yendo sin ofrecer ninguna solución. Sólo un funcionario de Corporación Buenos Aires Sur intentaba dar explicaciones a la referente de Los Piletones, Mónica Ruejas, que lo increpaba por su inacción.
“El gobierno no va a reprimir, que se arregle Macri o que se terminen yendo solitos” explicaba un dirigente con llegada a altos funcionarios del gobierno nacional. “Pero cuando caiga la noche esto puede terminar de cualquier forma, hay pibes armados, con fajas y machetes”, le respondía el presidente de otra villa de la zona sur de la ciudad. Todos culpaban a ambos gobiernos, tanto de la ciudad como de la Nación: “Se les fue de las manos”. Los gendarmes deambulaban por la Avenida De la Cruz. Algunos vecinos se acercaban a los periodistas a ofrecer sus testimonios insultando a los ocupantes y otros, a defender la toma. Para el ex diputado del ARI, Di Filippo, “esto se da porque el Estado está ausente, es un terreno que debía ser saneado y, al no haber ningún tipo de ley, pasan estas cosas”. Di Filippo recordó que, durante el 2013, el gobierno de la ciudad intentó hacer un “negocio inmobiliario” con las tierras actualmente ocupadas pero “se pudo evitar”. Al caer la tarde, la división de tierras ascendía a 300 lotes, cada uno, correspondiente a una familia entera.
Una mujer, casada con un amigo del difunto Soto, decía que “también estoy buscando un lugar para parar porque estoy de prestada en la casa de mi suegra, me desalojaron de la villa con los tres chicos una madrugada pero no voy a ir a tomar enfrente”. 
La mujer teme que, por la noche, los ocupantes de la toma decidan cruzar la Avenida e intenten ingresar en sus monoblocks: “Todos los que están metidos en la toma, tienen casas, hasta pizzerías, ¿qué están esperando para sacarlos?”. Dentro de la toma, aseguran otra cosa: “No nos trajo nadie, somos pacíficos pero no nos vamos a ir hasta que nos den una respuesta. Berni se hizo el loco y lo único que nos ofreció fue palo”. A esa hora del día, el funcionario del gobierno nacional se había retirado del lugar del conflicto. 
Un niño de no más de diez años observaba la entrevista amenazante con un machete en sus manos. Le saqué una fotografía antes de que el chico me dedicase varios insultos: “¿Por qué no le sacas una foto a ésta? Acá no entra nadie más”. El niño mantenía sus ojos encendidos mirando con furia el grabador y la cámara. Los vecinos no saben cómo pasarán la noche.
Por Luis Gasulla
@luisgasulla

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